Para Papá
Sus ojos no dejaban de mirar al cielo, quizás por eso no los vio venir. El primer disparo le rozó la mejilla derecha. Un segundo impacto ingresó justo por debajo de la tetilla izquierda. Sintió como el plomo, en su derrotero asesino, le astillaba el hueso. Pronto se le empapó la camisa de sangre. Volvió a mirar la bóveda celeste y sin dudar comenzó a correr a través de las calles desiertas.
La primera salida que compartieron fue la experiencia más excitante de sus cortas vidas. Apenas cumplidos los 10 años ya profesaban una llamativa adoración por la Astronomía. Martín fue el que convenció a Verónica para que lo acompañara al observatorio. A partir de ese momento, los dos amigos no pudieron dejar de contemplar los misterios del universo.
Durante los veranos, se escapaban después de cenar y tendidos en la terraza de la abuela de Vero, observaban con deleite los millones de habitantes de aquel mundo tan bello como desconocido. Cuando terminaron la escuela secundaria, comenzaron a estudiar Astronomía. Su pasión por los astros fue creciendo a medida que los conocimientos fueron avanzando. En el transcurso de una de las clases, descubrieron su constelación favorita: La Cruz del Sur. No podían creer lo que sus ojos observaban a simple vista. Era la medianoche de un 12 de Abril y el grupo de estrellas se hallaba en lo más alto del horizonte. Desde tiempos remotos, la ubicación de la Cruz en el firmamento astral fascinaba a los marinos, ya que oficiaba de providencial ayuda marcándoles el rumbo. Como bien afirmaba la leyenda mocoví, Alfa y Beta Centauri parecían dos perros amenazadores que perseguían a la Crux, que en su forma de ñandú, corría una eterna carrera por el cielo. Desde ese momento, aquella fue "su" constelación.
Nunca habían cruzado la barrera de la amistad. De hecho, Verónica se puso de novia con un profesor de física y Martín salía desde hacía unos años con la hermana menor de un amigo. Sin embargo, el amor por el universo los unía cada día más. Ambos sentían que el resto de las personas, no alcanzaban a comprender lo que ellos experimentaban.
Durante el segundo trimestre lectivo, Martín faltó unas cuantas veces a clase. Verónica intentó contactarlo, pero todo fue en vano. Regresó una semana después y en el bar de la facultad decidió contarle la verdad. Su novia estaba embarazada y se negaba a seguir viviendo en Buenos Aires. Se iban a casar y su suegro le conseguiría trabajo en la provincia de Córdoba.
-¿Vas a dejar de estudiar? –susurró Verónica desconcertada.
Martín no respondió. Se acercó a su amiga y le rozó los labios con un beso tibio y fugaz. No volvieron a verse.
Verónica culminó la carrera universitaria y se convirtió en una destacada astrónoma. Se casó con su antiguo profesor y fue madre de dos niños. Sin embargo un secreto le consumía el alma: no había una sola noche en que no mirara en dirección a la Cruz del Sur y que ansiara con desesperación volver a encontrar a su amigo.
La despertaron los disparos. Se lanzó de la cama y fue a revisar el cuarto de los chicos. Suspiró aliviada, ya que sus hijos dormían plácidamente. Sabía que su marido no estaba en la casa, pues todos los martes se reunía con los amigos en un bar del centro. Los golpes en la puerta la asustaron. Se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar.
-¡Vero, soy Martín!
La mujer pensó que estaba alucinando. Abrió la puerta con cuidado y ahí lo vio, tirado en la vereda en medio de un enorme charco de sangre. Entraron a la casa a los tropezones. Lo acomodó sobre el sillón y consiguió unos almohadones para sostenerle la cabeza. Con mano temblorosa intentó cubrir el agujero por donde manaba la sangre. Martín la miró a los ojos.
-Hola…
Histérica, le devolvió la mirada y chilló descontrolada:
-¡Martín! ¿Qué te hicieron?
Él la seguía observando con atención.
-Voy a llamar al 911.
Martín con la escasa fuerza que le quedaba, se aferró al brazo de Verónica. Estaba fuera de sí. No sabía que hacer. Él volvió a hablar.
-Vero, hoy es 12 de Abril…Te pido un último favor.
Un sollozo le estranguló la garganta. Verónica arrastró el cuerpo de Martín y con esfuerzo alcanzó a llegar al jardín. El espacio era pequeño. Se recostaron sobre le pasto. Ambos miraron hacia el cielo. Allí estaba La Crux brillando como de costumbre.
-Por más que lo intenten, Alfa y Beta no la van a cazar. -murmuró la mujer entre lágrimas.
Martín no pudo contestarle. La sonrisa y las pupilas clavadas en el cielo.
Martín no pudo contestarle. La sonrisa y las pupilas clavadas en el cielo.
Hola a todos!
Este relato fue publicado por primera vez en la plataforma digital Liibook el 14 de Septiembre del 2009. Ese día era el cumpleaños de mi papá y lo escribí para él. Aún recuerdo su sonrisa y su emoción cuando se lo leí: no era para menos, por fin su hija se decidía a empezar a mostrar las historias que él sabía que escribía desde hacía tanto tiempo.
Hoy hace 4 años que se fue. Voy a mirar al cielo. Seguramente está sonriendo.
Un abrazo para todos y gracias por acompañarme siempre.
Bee.-