septiembre 02, 2010

HáBITO DE SANGRE

Apuró el último trago y se quedó mirando
la botella vacía de ginebra.

Había llegado a la casa en calidad de acompañante.
La estrecha amistad que lo unía al Inspector Cajal lo obligaba a ser testigo de semejante acto de barbarie. Cada dos por tres solían reunirse con el detective en la sacristía. Desde que él había decidido tomar los hábitos, el único amigo que permaneció a su lado fue precisamente aquel policía.
Ni siquiera su familia respetó su elección. Todavía retumbaban
en su mente las palabras que su padre le escupió en la cara:
-¿Vas a ser cura? –y agregó con desprecio- Vago y puto me saliste…
Para Cajal la vida tampoco había sido nada fácil. Vivía en la calle desde los 6 años. Una moneda al aire había decidido su suerte.
Cara, policía. Ceca, ladrón. Salió Cara.
Se conocieron una tarde cuando él regresaba del curso de Teología.
El detective estaba sentado en uno de los bancos de la iglesia. Participó
de un tiroteo y había matado a alguien por primera vez. No fue en busca
de consuelo. En realidad necesitaba recuperar el aliento.
Se hicieron amigos de inmediato. Soportar de manera cotidiana el espanto
de las miserias humanas era el estrecho vínculo que los unía.
El celular de Cajal interrumpió la amable charla.
-¿Me acompaña? –le preguntó con ojos casi suplicantes- Es el día de hoy
que no soporto esta clase de cosas…
Caminaron unas cinco cuadras y se abrieron paso entre la multitud de vecinos
curiosos. Los de la científica ya había acordonado el lugar. La violencia del ataque
se palpaba a medida que atravesaban el pasillo de la casa. El inconfundible olor a
sangre le provocó una catarata de arcadas al pobre de Cajal.
La escena era dantesca. El cuerpo de un hombre joven yacía desnudo sobre
un viejo sofá. Una feroz herida le atravesaba la garganta. Encontraron un bollo de
papel dentro de la boca. Eso no era todo. También lo habían castrado.
Un perito le alcanzó el papel a Cajal. Lo alisó con sumo cuidado. Después de leerlo,
miró al cura y con absoluta certeza afirmó:
-Esto no es obra de un loco… Sabe perfectamente lo que hace.
Le palmeó amigablemente el hombro al sacerdote y se retiraron de aquel infierno.
-Lo lamento Padre, pero va a tener que terminar la ginebra usted solo. Esto me va
a llevar toda la noche.
El policía se despidió con una sonrisa resignada.

Apuró el último trago y se quedó mirando la botella vacía de ginebra.
Con repulsión, descubrió manchas de sangre en el borde de la sotana. Pensó que lo
más difícil fue fingir que era la primera vez que pisaba la escena del crimen. Sus ojos
lo habían divisado de inmediato. Con disimulo levantó un diminuto crucifijo que un feligrés
le había regalado para la última Navidad.
Sin duda la próxima vez debía tener más cuidado.

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