septiembre 08, 2010

LA MALDICIóN

Aquella tarde, el subte de la línea B estaba desbordad de gente. Atrincherada contra la puerta que comunicaba con el otro vagón, Alicia  se
aferraba a la cartera por temor a que algún ladrón le arrebatara sus pertenencias. Se sentía sofocada.
Miró el cartel indicador y advirtió con un dejo de esperanza, que sólo le faltaban dos estaciones para llegar a destino.
De pronto ocurrió lo impensado. Después de soportar una terrible sacudida, la formación empezó a desacelerar rápidamente.
La gente comenzó a murmurar y mientras la mayoría de los pasajeros intentaba reacomodar su posición, las autoridades del subte les informaron que por problemas técnicos, el servicio dejaba de funcionar.
La opción era una sola, por más que les pese, los pasajeros debían
descender del transporte y caminar a tientas entre las vías del subte.
Alicia sintió que las piernas se le doblaban. Odiaba la oscuridad,
sentía un miedo visceral por las ratas y su mente no alcanzaba a
comprender el motivo de tanta mala suerte.
La mayoría ignoraba por donde caminaban y los olores de aquel
desconocido mundo subterráneo les provocaban un sinnúmero de
sensaciones desagradables.
El pie derecho de Alicia tropezó con algo y cayó pesadamente
de bruces. Nadie se ofreció a ayudarla. A tientas buscó su cartera
y al intentar recogerla descubrió con horror que estaba abierta.
Tanteó en la oscuridad y trató de recuperar la mayor cantidad de cosas.
Con algarabía, vislumbró las luces de la estación más cercana.
Una vez subida al andén, corrió hacia las escaleras mecánicas y
rápidamente salió a la superficie. El aire fresco de la noche le golpeó
la cara. Tomó un taxi y llegó a su casa. Subió los 3 pisos por escalera
y se zambulló en la paz de su hogar. Se quitó toda la ropa y sin dudarlo
la arrojó en el cesto del baño. Todo parecía estar impregnado de un olor
ácido y nauseabundo. La ducha se prolongó más de media hora.
Se calzó una bata de toalla y después de peinarse el cabello, se dirigió a
la cocina con la intención de beber un reconfortante jugo de naranja.
Intentando verificar si había recuperado todas sus pertenencias, se instaló
en la mesa del living y vació el contenido de la cartera.
Esa fue la primera vez que lo vió. En un principio no logró descifrar de
qué se trataba. Con cierta desconfianza, y utilizando su lapicera como
puntero, intentó identificar el extraño collar. El cordel era muy viejo y
el dije, rectangular, tenía una extraña imagen tallada.
La curiosidad pudo más y sin pensarlo alzó el cordel y rozó con sus yemas
el cuerpo de la medalla. Una corriente de energía sumamente poderosa
la arrojó contra el sofá. Sus dedos no podían despegarse del misterioso
objeto y un haz de luz rojo brillante fue apoderándose de todo su cuerpo.
Ella era una mujer normal, pero sin duda aquella era una experiencia
definitivamente especial.
Una conciencia fría y siniestra, comenzó a someter a su espíritu. Era como
si su alma se desdoblara y la Alicia común y ordinaria, le fuera dejando paso
a una mujer nueva y desconocida.
Sin abandonar el collar, se levantó del sofá y se miró en el espejo de la sala.
Casi no pudo reconocerse. Su piel brillaba como si miles de diamantes le
cubrieran el cuerpo. La bata se deslizó con suavidad y cayó inerte a sus pies.
Sus inexistentes formas, ahora habían sido reemplazadas por redondeces que
la hacían lucir magnífica y voluptuosa.
Tenía las pupilas dilatadas y sus necesidades más básicas a flor de piel.
Estaba hambrienta y moría de sed. Corrió hasta la cocina y mientras descorchaba
una botella de champagne que languidecía desde la Navidad pasada, arrasaba
con glotonería una caja de chocolates que había comprado la semana anterior.
Mientras bebía con fruición, advirtió a través de la ventana de la cocina,
la presencia de un hombre que no dejaba de observarla. Se trataba del vecino
del 3 B, con el cual Alicia apenas había cruzado un par de saludos de velada cortesía.
Lo miró a los ojos con feroz sensualidad. Urgida, no necesitó de ninguna excusa
para golpear la puerta del departamento de al lado.
Alicia le desgarró la ropa y lo arrastró hasta la cama. La violencia de sus caricias
excitaba al hombre de una manera demencial. Lo acostó sobre las sábanas y mientras
su curiosa lengua hacía estremecer el cuerpo de su ocasional acompañante, se sentó
sobre él y mientras balanceaba sensualmente sus caderas, se quitó el collar y lo deslizó
hábilmente en el cuello del joven. Justo en el momento en que alcanzó su máximo goce,
jaló el cordel con tanta fuerza, que sintió como la garganta de su acompañante
se quebraba en el acto.
Ni siquiera pudo reaccionar. La miró por última vez y después de convulsionar
un breve instante, cayó en un letargo mortal.
Alicia no se inmutó. Con su sexo más que satisfecho, saltó de la cama y se sentó
sobre la alfombra. Esperó que su cuerpo se relajara y luego con sumo cuidado
se acercó al hombre y recuperó su misteriosa joya.
Abrió la puerta principal, cruzó el pasillo y regresó a su departamento.
Estaba exhausta. No pensaba en nada. Ni un dejo de arrepentimiento ensombrecía
su mirada. Se arrojó sobre el sofá y se quedó profundamente dormida.
Al día siguiente, la despertó el encendido automático del televisor. En el noticiero
de la mañana, comentaban el episodio de la súbita detención del subte de la línea B.
Pero esa no era la noticia principal. El periodista destacaba que uno de los pasajeros
de la formación había robado un milenario talismán proveniente de México y que lo
había extraviado mientras huía por las entrañas del subte. La costosa pieza consistía
en un cordel hecho con tripas de carnero y portaba un medallón de oro con la esfinge
tallada de una serpiente maya.
Era una reliquia relacionada directamente con la guerra y con la Muerte.
Alicia sonrió y se aferró a la medalla de manera instintiva. No pensaba devolverla.
Curiosamente ella, una mujer más que vulgar, jamás se había sentido tan pletórica de vida…

1 comentario:

  1. que potencia!
    los cuentos con mujeres poderosas me fascinan!!!

    Muy bueno Bee!!!!!

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