VIUDA NEGRA

Sin duda heredé el talento de mi madre. A lo largo de toda mi infancia me convertí en una fiel observadora y decidí que también “ese” iba a ser mi camino. Me esmeré y perfeccioné las claves básicas de este negocio. Cuando obtuve la mayoría de edad, tomé la decisión y abandoné mi casa.

Mi primer marido me llevaba 24 años de edad. Lo conocí en un bar de Palermo y me propuso matrimonio casi de inmediato. Invertí más de 2 años para cumplir con mi plan. Tuve que tener mucho cuidado con la cantidad diaria de cianuro que le suministraba…
Después de llegar a un arreglo extra judicial y de cobrar la parte de la herencia que me correspondía, decidí irme de viaje y esperar con tranquilidad la aparición de mi próxima víctima.
El pichón no tardó en llegar. Durante un crucero por el sur de Brasil, un millonario colombiano, viudo desde hacía más de una década, no pudo resistirse a mis encantos. Tengo que admitir que fue uno de mis trabajos más difíciles. Edgard era un hombre muy saludable. Precisamente durante una de sus prácticas deportivas favoritas, logré alcanzar mi objetivo. De manera trágica y mientras buceaba,
el tanque de oxígeno de mi marido dejó de funcionar.
Lo encontraron ahogado en la bahía de la Habana 1 semana después de
desaparecer. Contratar a “un ayudante” me costó sólo 1000 de los grandes.
Lo que se dice una verdadera ganga.
Recorrí gran parte de Europa y decidí permanecer quieta unos cuantos años.
Tampoco era cuestión de levantar ninguna clase de sospechas.
A Douglas Fairchild lo conocí en una playa de Ibiza. Sin dudas fue el hombre
al que más aborrecí. Sentir sus manos lujuriosas recorriendo mi cuerpo me
provocaba arcadas. Odiaba su aliento a animal en celo y su manía de exhibirme
como un trofeo de guerra me sacaba de quicio. Sin embargo, pensar en su
abultada cuenta bancaria me calmaba los nervios de manera inmediata.
Nos fuimos a vivir a su rancho de Texas y allí mismo celebramos la boda.
Las medidas de seguridad con las que contaba mi adorado esposo eran un
obstáculo casi imposible de superar. La solución apareció de modo casi mágico.
Uno de sus custodios se enamoró de mí de manera enfermiza. Era un matón
descerebrado pero sumamente eficaz.
El enfrentamiento no tardó en desencadenar la tragedia.
Dos balazos calibre 45 le volaron los sesos al pobre de Douglas. Acordamos
encontrarnos con mi amante en una carretera cerca de la frontera con México.
Esta vez deshacerme del guardaespaldas me costó unos cuantos dólares más.
La investigación por la muerte de mi cónyuge fue una tortura. Cuando pensé que
las cosas estaban a punto de encaminarse, la suerte dejó de estar de mi lado.
Sin mi consentimiento mi difunto amante filmó cada una de nuestras maratones
sexuales. Todo comenzó a desmoronarse como un frágil castillo de naipes.
Los policías no tardaron mucho tiempo en sacar conclusiones.
El juicio fue largo y fatigoso.
Mi madre tuvo más suerte que yo. Murió de un ataque al corazón. De ella se
encargó la naturaleza divina, de mí se va encargar la justicia humana.
Atravesé el pabellón de la muerte con la cabeza erguida, mientras un sacerdote
protestante murmuraba palabras que no alcanza a comprender.
¡Qué fastidio!
Estos gringos desconsiderados no me permitieron arreglarme las uñas de las manos…