Madame Esmeralda y el brebaje del Amor

Laurita se acercó hasta mi oficina y con ojos de carnero degollado dijo:
-¿Te puedo mostrar algo especial?
Cada vez que Laurita viene a consultarme algo especial, a mí se me encienden todas las alarmas. Se acercó con cara de alma en pena y dejó sobre mi escritorio la hoja correspondiente a los avisos clasificados del diario.
Con un marcador fluorescente había destacado un aviso en particular. Cuando comencé a leer, mis ojos no daban crédito de lo que veían.
“Vidente experta. Magia negra y magia roja. Domina y regresa al ser amado y lo doblega a tus pies de por vida. Curamos Impotencia. Trabajos a corta y larga distancia. Sesiones espiritistas. Predicciones en general. Consulta $80. Llamar por turno.”
Con la mirada asombrada ante semejante catarata de tonterías,
apenas pude preguntar:
-Esto es una broma ¿no?
Laurita cerró la puerta de un tirón y rompió en un llanto descontrolado.
Mientras hipaba y se escurría las lágrimas con un pañuelito de papel, me
contó el dilema que la tenía en semejante estado de enajenación.
Ella sospechaba que su novio la estaba engañando.
En vano intenté explicarle que no perdiera tiempo con esas cosas de la magia.
Lo peor de todo, fue enterarme que sin sorteo ni licitación, yo había ganado
el premio de acompañarla a la estrafalaria sesión.
Eran las 7 de la tarde cuando llegamos al departamento de la calle Perú al 300.
La recepción se hallaba a media luz. De las paredes colgaban láminas viejas
y con temas alusivos al arte ocultista. Pirámides, velas y estatuas varias decoraban
el precario mobiliario.
La secretaria, una chica de unos 20 años nos cobró el importe, y continuó
devorando palomitas de maíz como si fuera un pollo de engorde.
Ni bien entramos al lugar, una mujer mayor y vestida de forma elegante,
salía del consultorio acompañada por el chofer. Mientras el pobre hombre se
la llevaba en andas, la anciana a los gritos no dejaba de repetir:
-¡Milagro! ¡El espíritu de Reinaldo volvió del más allá! ¡Mi marido volvió!
Tratando de contener la risa, me senté en uno de los sillones tapizados en
símil leopardo, y me hundí en él intentando pasar desapercibida.
Después de una espera interminable, llegó el turno de Laurita quien me agarró
del brazo y me ingresó al consultorio de un empujón.
La sorpresa me dejó muda. Aquella habitación también se hallaba en penumbras.
El ambiente estaba viciado por una cantidad grosera de sahumerios encendidos.
Una mujer de dimensiones monumentales nos esperaba sentada detrás de
un escritorio repleto de estatuillas, polvos, y mazos de cartas de tarot.
Pero sin duda el golpe visual estaba dado por la estratégica iluminación
de la bola de cristal. Presidiendo el centro de la escena, la bola se alzaba majestuosa
entre las manos regordetas de la adivina.
Madame Esmeralda era la viva imagen de una actriz fracasada, devenida en astróloga.
Llevaba un turbante amarillo brillante y estaba tan enjoyada que parecía
un árbol de Navidad.
No puedo recordar con claridad la cantidad de sandeces que escuché la última
media hora. Laurita la miraba con los ojos fascinados y la boca abierta.
Después de entregar una foto del supuesto infiel, Madame Esmeralda entró en trance.
Con los ojos cerrados, acariciaba la bola de cristal y murmuraba cosas ininteligibles.
Una vez que recuperó el control de sus actos, se levantó de la silla y regresó con
un frasquito color marrón. Las indicaciones fueron muy claras.
Laurita debía endulzar el espíritu de su novio, y por supuesto con ese líquido misterioso
lo iba a lograr. La poción mágica era de efecto inmediato.
Nos retiramos de aquel tugurio. con la promesa de regresar una semana después
para comprobar la eficacia del trabajo realizado.
Ni bien habían transcurrido 48 horas de aquella experiencia surrealista, arribo a
mi oficina y me entero que Laurita no iba a venir a trabajar. Una de las recepcionistas
me comentó en voz baja, que el novio de Laura hacía un día entero que estaba instalado
en el baño, presa de una feroz y persistente diarrea que lo tenía atenazado al inodoro
de su casa.
No sabía si ponerme a reír o a llorar. Menos mal que intentaban “endulzarle
el espíritu” No me imagino que habría pasado con ese pobre hombre si le hubiesen
querido dar una lección.
Laurita indignada por la evidente estafa, me imploró que regresáramos a lo de
Madame Esmeralda con el fin de increparla. En verdad, la idea de poner en evidencia
a aquella estafadora me sedujo de inmediato.
Estábamos por cruzar la esquina de la calle Lima cuando un revuelo de tránsito
nos impidió avanzar. Había patrulleros, curiosos y una ambulancia que no dejaba
de hacer sonar la sirena.
De pronto la vimos. Empujada por tres robustos enfermeros, Madame Esmeralda
era llevada en una camilla rumbo al hospital. Aullaba como una endemoniada y
tenía la bola de cristal incrustada en la cabeza.
Una vecina del lugar, comentó irónicamente:
-Sabía que tarde o temprano, algún cliente engañado la iba a moler a golpes…
La mujer con una mueca ladina en los labios agregó:
-Es increíble, pero las adivinas pueden predecir el futuro de todos, excepto el suyo propio.
Fue en ese preciso momento en que yo, me descocí de la risa.