La Cita

Miré la hora y asomé la cabeza por la ventana del living.
Apenas 5`después de lo acordado el auto del candidato se estacionó
frente al hall de mi departamento.
Enfundado en un equipo casual estilo Hugo Boss, el cuarentón –recién
divorciado y listo para divertirse- llamó al portero eléctrico de mi casa.
-Hola. –respondí rápidamente y agregué- Esperame dentro del auto
que llueve mucho.
Me miré por última vez en el espejo del cuarto y después de otorgarme
el visto bueno, bajé rauda por el ascensor. Como le había indicado minutos
atrás, el susodicho me estaba esperando dentro del auto.
No hice más que asomar la cabeza dentro del mismo y escucho
la siguiente frase:
-¡Hola “bebé”!
¿Se puede saber quien le dijo a los hombres que a todas la mujeres nos
agrada que nos digan “bebé ”?
Automáticamente esa denominación genera en mí una especie de rechazo
visceral que torna casi insalvable la situación.
El pretendido émulo de Don Juan Tenorio, no contento con ponerme de
mal humor con su tonito zalamero, no tuvo mejor idea que zamparme
un furibundo beso justo en el momento en que ingresaba al auto.
Consecuencia de tan desafortunada acción, me partió el labio contra
los dientes y arruinó el prolijo delineado de mi estropeada boca.
¿Era necesario echar por la borda casi 10`de esmerado trabajo artesanal?
Y lo más importante de todo ¿Qué le hace pensar a este fulano que a
una le seduce que la bese un tipo que nunca había visto antes?
¿Acaso aceptar una cita acordada por conocidos equivale a soportar
cualquier arrebato viril de nuestro desconocido acompañante?
El broche final y segundos después de haber cerrado la puerta de un tirón,
fue escuchar las palabras claves:
-Tengo reserva en un restaurante japonés ESPECTACULAR.
Le lancé una mirada fulminante, respiré hondo y dije:
-No me gusta la comida japonesa.
Con ojos de carnero degollado y casi sin reacción balbuceó:
-Ah princesa, yo no sabía…
¡Por supuesto que lo desconocía! A no ser que sea la reencarnación
del Mago Mandrake ¿cómo iba a saber que no me gustaba la comida
japonesa si apenas habíamos intercambiado un par de frases intrascendentes
el día que arreglamos la bendita cita?
Revoleé los ojos y pensé en mi compañera de trabajo que había oficiado
de celestina. “El lunes la voy a asesinar”, me juré a mi misma.
Ya sé, ustedes pensarán “A esta mujer no le viene nada bien.”
Pero ¿es tan difícil apelar al sentido común cuando encaramos un primer
encuentro? ¿Podemos evitar los calificativos tipo “Princesa”, “dulzura”
o “diosa”? ¿Tendrían la amabilidad de saludarnos –considerando que es
la primera vez que nos vemos- con un simple beso en la mejilla?
¿Es posible que averigüen de manera discreta un lugar que nos guste a los
dos y así poder disfrutar de una velada más que prometedora?
Como se imaginarán el encuentro duró menos que un suspiro.
No importa. No me voy a dar por vencida. Yo confío en el género masculino.
Les tengo mucha fe.
Después de todo y como decía mi tía Clotilde que se casó 5 veces:
“Ay nena ¡Los hombres son lo mejor que hay!”


Dedicado e inspirado en las disparatadas historias de muchas de mis amistades
del sexo femenino.
¡Hasta la victoria final, chicas!