CIELITO LINDO

"Ese lunar que tienes, Cielito lindo, junto a tu boca.
No se lo des a nadie, Cielito lindo que a mí me toca"

Los jóvenes del pueblo la adoraban. Su belleza y candor les había robado el aliento.

Y ese lunar cerca de la boca…

Hasta el más simplón se había convertido en poeta e intentaba describir el delirio que la niña despertaba.

Durante el baile de San Francisco, el hijo del herrero, juntó coraje y se acercó hasta su mesa. Los rivales resignados, lo observaron con los ojos cegados por el veneno de la envidia.

Bailaron hasta la medianoche. Como una novel Cenicienta intentó retirarse tal como las reglas de la época le indicaban.

El deseo fue más impetuoso y detrás de la fontana, se dejó enlazar en un apasionado abrazo.

Cerró los ojos y esperó. Antes de besarla, acarició el rostro que durante tantas noches lo mantuvo en vela.

Los rastros de carbón mancharon las yemas de los dedos.

Turbado, contempló como la pretendida virtud se desdibujaba entre las palpitantes manos.

Ella, ajena a la situación, aguardó con candidez el beso que nunca llegó.

En tiempos de cólera, era imperdonable jugar con la suceptible credulidad de un hombre. 
Ni siquiera simulando un simple lunar junto a la boca.