agosto 15, 2010

LA CULPA

Abrió los ojos al dolor una madrugada de invierno.
La habitación se hallaba en penumbras y apenas tuvo conciencia del lugar en donde estaba. Los recuerdos eran confusos y la agonía que experimentaba no lo ayudaba en absoluto.
De pronto ingresó una enfermera que se sorprendió al verlo conciente. Le inyectaron una pila de calmantes y atravesó el infierno de la incertidumbre durante muchos días. En cuanto la vió recuperó la memoria Le sonreía con ternura mientras acariciaba la mejilla.
-¿Y el de la moto? -preguntó él titubeando.
Ella desvió la mirada y con voz muy baja respondió:
-Los médicos no pudieron hacer nada…
Esperó por la policía durante horas. Sin embargo su padre había hecho
un buen trabajo. Se preguntó con ironía cuánto dinero le habrían costado
todos los sobornos. Sin duda la botella de tequila habrá desaparecido
del auto de manera conveniente.
Salió del hospital a fines del mes de Julio. Tratando de sepultar los recuerdos
y de adormecer la culpa, retomó su rutina y se dedicó a acallar las voces que
se habían instalado en su mente desde el mismo instante en que había
recordado el accidente.
La primera vez que creyó verlo fue a la salida del gimnasio. Subió al auto y
por el espejo retrovisor, la Honda negra apareció como un fantasma.
Asombrado, se asomó por la ventanilla y casi pierde la cabeza por el
paso de un camión. Dos episodios similares a este –uno mientras conducía
hacia la casa de Sofía y el siguiente cuando llegaba al estudio de su padre-
lo obligaron a decidirse. Si continuaba así se iba a volver loco.
Discretamente averiguó el cementerio donde estaba enterrado. Caminó entre
las tumbas y por fin encontró la sepultura.
La frase que rezaba la lápida lo sobrecogió. “AQUÍ YACE UN INOCENTE”.
En lo profundo de su ser sabía que aquellas palabras eran verdaderas.
Miles de veces había prometido dejar de tomar y mucho menos conducir ebrio,
sin embargo la apatía siempre le ganaba la partida. En realidad y para ser sincero
nunca lo había considerado seriamente.
Caminó hasta la salida del cementerio pensando que tal vez a partir de
ese momento la imagen del muchazo lo iba a abandonar. Estaba seguro de haber
eliminado definitivamente el recuerdo.
Tomó la ruta 2 y se dirigió a la chacra familiar que estaba en Dolores. Ese fin de
semana su madre celebraba sus 65 años.
Pronto la débil garúa se convirtió en una densa cortina de agua. Pasó por el peaje
y aceleró la velocidad. Tomó el camino hacia la chacra que empezaba a enlodarse.
Fue en ese preciso momento que la oscura figura del motociclista volvió a aparecer
en el espejo retrovisor. Apenas podía distinguir su fisonomía. Vestía completamente
de negro y la Honda relucía bajo la lluvia torrencial.
“Esto no puede ser real”, pensó con el corazón en la boca. La moto se acercó aún más.
Casi estaba pegada a sus ruedas traseras. Apretó el acelerador hasta el fondo.
El auto hizo un trompo y quedó atravesado en medio del camino. Con la respiración
entrecortada se aferró al volante una fracción de segundo. No le costó demasiado
tomar la decisión. Abrió la puerta y salió para enfrentarlo.
-¡Estás MUERTO! -gritó desencajado.
Lo último que escuchó fue el rugido feroz del motor. Los frenos del Mercedes que
trasladaba a sus padres no pudieron evitar el impacto.

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