agosto 15, 2010

LA NIÑA CIEGA

Las pupilas eran inmunes al haz de luz dirigida. Ni una sola reacción. Ni un mínimo movimiento.Los especialistas se miraron entre sí asombrados. Una pila de estudios oftalmológicos se arrumbaba inútil en el rincón de la camilla.
-No le encuentro explicación. –murmuró azorado uno de los oculistas.
Morando, el cabo de la Federal que la había llevado hasta el hospital lanzó una maldición. Cuando regresaron a la seccional
el comisario lo miró expectante. Morando le explicó.
-Le juro que no entiendo, comisario. Los estudios dicen que
sus ojos están en perfecto estado.
-Entonces no hay nada que hacer, los vamos a tener que soltar… -masculló el viejo policía abrumado.
La sentaron junto a un viejo escritorio y le alcanzaron un vaso
de agua. Estaba muy pálida y parecía menor a la edad que tenía. Morando se acercó y le dijo:
-Ya viene a buscarte la gente de la Fiscalía.
Ella apenas asintió con un leve gesto de cabeza.
En ese momento, unos guardias de seguridad pasaban con los acusados.
Eran un hombre y una mujer. Ambos estaban esposados.
La voz del detenido retumbó sarcástica en las paredes del salón.
-¡Ya le dije que ella no le iba a servir para nada! ¡Ciega maldita!
Como si alguien hubiese pulsado un detonador imaginario, la chica
parpadeó 2 veces. Fue como si su mente se abriera paso a través de
un túnel largo y sinuoso. Por primera vez en muchos años sus pupilas
dejaron de mirar la nada y se focalizaron acusadoras sobre las dos figuras
que caminaban frente a ella.
-Fueron ellos dos. Mi tía y él.
Por un momento la escena quedó suspendida en el tiempo. Morando que
no daba crédito a lo que estaba escuchando, balbuceó:
-¿Estás segura? – y agregó inseguro- ¿Los ves bien?
-Perfectamente.
El día de su décimo cumpleaños había decidido dejar de ver. Una tarde y
después de mucho insistir logró lo que tanto deseaba. Su mente atesoraba
sólo los recuerdos cálidos y coloridos. Las imágenes frías y oscuras permanecían
guardadas bajo 7 llaves. Ya le habían robado la inocencia, no iba a permitir de
ninguna manera que también le robaran el alma. Si tan sólo pudiese dejar de escuchar…
Los gritos de sus hermanos menores le destrozaban el corazón.
Suspiró lentamente. Se convenció a si misma que alguna vez algo bueno iba a suceder.

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