agosto 21, 2010

MORFINA PIADOSA

Se conocían desde la escuela primaria. Forjaron una de esas amistades que con el tiempo se convierte en un verdadero sentimiento de hermandad. Compartían todo. Desde el gusto por el hard rock hasta las diferentes mujeres que pasaban por sus vidas.
El Chino nunca fue apto para el estudio, en cambio Nacho se destacó desde el principio como una verdadera lumbrera. A pesar de que el Chino debió mudarse del barrio como consecuencia del escandaloso divorcio de sus padres, los amigos nunca dejaron de estar en contacto. Nacho, se cruzaba la capital en colectivo con el único fin de gastar las horas tocando en la banda que habían creado junto con su hermano
del alma.
Una larga de noche en el sótano de la calle Estomba, uno de los tantos bajistas que desfilaron por la banda, les propuso un negocio que no pudieron rechazar. El Chino hacía rato que era puntero de “merca liviana”
y Nacho arrastraba desde noviembre pasado el fracaso de su examen de
ingreso en la facultad.
Sin duda los planetas se habían alineado a su favor. En menos de 2 meses,
Nacho se había convertido en un experto en el hackeo de sistemas mientras
que el Chino, con su salvajismo innato, se encargaba sin problemas de
la parte operativa. Cuando las cosas se ponían feas, el Chino resolvía el tema
con unas cuantas trompadas. En caso de ser necesario, siempre llevaba la 32
que le secuestró a su padrastro, pegada al pecho como si fuera parte de su cuerpo.
El próximo trabajo no debía depararles ningún inconveniente. La diferencia la
marcó el factor sorpresa. Nunca imaginaron que el buchón iba a errar tan feo
con el dato. Se metieron con la gente equivocada. Nacho escuchó por el audífono
del celular la ráfaga de balazos que le descargaron sin piedad al Chino. Lo encontró
desangrándose en la escalera del depósito de chatarra. A través de su padre,
un concejal de la peor calaña, logró evadir a la policía y pudo internar al Chino
en una clínica de alta complejidad.
Estuvo en terapia intensiva durante 3 semanas completas. Apenas se lo podía
ver 5`por día. Cuando despertó, se enteró que una de las balas le había arruinado
la columna vertebral. Tenía paralizado medio cuerpo y apenas podía hablar.
Cada vez que lo visitaba, a Nacho se le rompía el corazón. Los ojos del Chino
no mentían. Las negras pupilas estaban secas. Hasta las lágrimas se le habían acabado.
Una mañana, durante el horario de visitas, el Chino habló.
-Flaco, dicen que la morfina es la mejor amiga de la muerte digna…
A Nacho el corazón le dio un vuelco.
-No jodas, Chino. –alcanzó a balbucear.
El Chino miró a su amigo y con una mueca que intentaba simular una sonrisa, aseveró:
-Hasta acá llegué Nacho. Y de verdad me gustaría que fueras vos. No me obligues
a pagarle a un enfermero de mierda.
Aquella noche Nacho permaneció sentado en la sala de espera con las manos guardadas
dentro del abrigo de cuero. Los dedos se aferraban rígidos al pequeño envase que
contenía la dosis mortal. Eran las 2.30 de la madrugada cuando ingresó a paso firme
a la habitación donde descansaba su compañero de toda la vida. El muchacho estaba
dormitando. En un momento pensó en hacerlo sin despertarlo. Se arrepintió de inmediato.
Sacó la lata de cerveza que traía escondida y la destapó con cuidado.
El Chino abrió lentamente los párpados.
-¿Vamos a brindar Chino? –dijo Nacho con la voz estrangulada por la emoción.
El Chino le dedicó una mirada de agradecimiento infinito.
Al fin de cuentas para eso están los amigos.

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