septiembre 21, 2010

ESTRELLAS

Sus ojos no dejaban de mirar al cielo. Quizás por
eso no los vio venir. El primer disparo le rozó la
mejilla derecha. El segundo, le alcanzó de lleno el
brazo. Sintió como el plomo, en su derroter asesino,
le astillaba el hueso. Pronto se le empapó la camisa de sangre. Volvió a mirar la bóveda celeste y sin dudar comenzó a correr a través de las calles desiertas.

La primera salida que compartieron, fue la experiencia
más excitante de sus cortas vidas. Apenas tenían 12 años y profesaban una llamativa adoración por la Astronomía.
Martín fue el que convenció a Verónica para que lo
acompañara al observatorio. A partir de ese momento, los dos amigos
no pudieron dejar de contemplar de una manera más que diferente
las maravillas del universo.
Durante los veranos, se escapaban después de cenar y tendidos en
la terraza de la abuela de Vero, observaban con deleite los millones
de habitantes de aquel mundo tan bello como desconocido.
Cuando terminaron la escuela secundaria, comenzaron a estudiar Astronomía.
Su pasión por las estrellas y los astros fue creciendo a medida que
los conocimientos fueron avanzando.
En el transcurso de una de las clases, sus vidas cambiaron para siempre.
Fue el día en que descubrieron La Cruz del Sur. No podían creer lo que
sus ojos observaban a simple vista. Era la medianoche de un 12 de Abril y
la constelación se hallaba en lo más alto del horizonte.
Desde tiempos remotos, la ubicación de la Cruz en el firmamento astral, fascinaba
a los marinos, ya que oficiaba de providencial ayuda marcándoles el rumbo.
Como bien afirmaba la leyenda mocoví, Alfa y Beta Centauri parecían
dos perros amenazadores que perseguían a la Crux, que en su forma de ñandú
corría una eterna carrera por el cielo.
Desde ese momento, aquella fue “su” constelación.
Nunca habían saltado la barrera de la amistad. De hecho, Verónica se puso
de novia con un profesor de física y Martín salía desde hacía unos años con
la hermana menor de un amigo. Sin embargo el amor por el universo los unía
cada día más. Ambos sentían que el resto de las personas, no alcanzaban a
comprender lo que ellos llegaban a experimentar.
Martín faltó unas cuantas veces a clase. Verónica intentó contactarlo, pero
todo fue en vano. Regresó una semana después pálido y ojeroso. Por fin, en
el bar de la facultad pudo contarle la verdad. Su novia estaba embarazada y
se negaba a seguir viviendo en Buenos Aires. Se iban a casar y su suegro le
conseguiría trabajo en la provincia de Córdoba. No tenía salida.
Las cartas estaban echadas.
-¿Vas a dejar de estudiar? –susurró Verónica con los ojos llenos de lágrimas.
Martín no pudo contestar. Apenas se atrevió a acercarse a su entrañable amiga
y con la mayor suavidad, le rozó los labios con un beso tibio y fugaz.
No se vieron más.
Verónica culminó su carrera universitaria y se convirtió en una destacada astrónoma.
Se casó con su antiguo profesor y fue madre de dos niños magníficos.
Sin embargo dos secretos atormentaban su corazón. Uno, era la violencia que
soportaba por parte de su marido. Cada vez le costaba más, disimular los terribles
golpes que aquel abusador le propinaba.
Su otro secreto, le carcomía el alma cada vez que miraba al cielo. No había una sola
noche en que no mirara en dirección a la Cruz del Sur y que su alma no ansiara
con desesperación volver a encontrar a su querido amigo.


La despertaron los disparos. Se lanzó de la cama y fue a revisar el cuarto
de los chicos. Suspiró aliviada, ya que las criaturas dormían plácidamente.
Sabía que su marido no estaba en la casa. Los martes se reunía con
los amigos en un bar del centro.
Los golpes en la puerta la asustaron. Se quedó paralizada y sin saber
como reaccionar.
-¡Vero! Soy Martín.
La mujer pensó que estaba alucinando. Abrió la puerta con cuidado y ahí lo vio,
tirado en la vereda en medio de un enorme charco de sangre. Entraron a la casa
a los tropezones. Lo acomodó sobre el sillón y consiguió unos almohadones para
sostenerle la cabeza. Con mano temblorosa intentó cubrir el agujero por donde
manaba la sangre. Martín la miró a los ojos y apenas balbuceó:
-Tu ojo está morado…
Histérica, le devolvió la mirada y chilló descontrolada:
-¡Martín! ¿Qué te hicieron?
Él la seguía observando con atención. Ella insistió.
-Voy a llamar al 911.
Martín con la escasa fuerza que le quedaba, se aferró al brazo de Verónica y dijo:
-Ya es tarde Vero.
Estaba fuera de sí. No sabía que hacer. Él volvió a hablar.
-Vero, hoy es 12 de Abril…
A ella se le ahogó el llanto en la garganta.
-No importa lo que haya pasado. Sólo te pido un último favor.


Verónica alzó el cuerpo desangrado de Martín y con esfuerzo alcanzó a
llegar al jardín. El espacio era pequeño. En uno de los costados, un rectángulo
de césped fresco y muy bien cortado, semejaba una mesa de billar. Se recostaron
sobre le pasto. Vero apoyó sobre su regazo el cuerpo de Martín.
Ambos miraron hacia el cielo. Allí estaba, La Crux, brillando como de costumbre.
-Por más que lo intenten, Alfa y Beta no la van a cazar. -murmuró la mujer entre lágrimas.
Martín no pudo contestarle. Ya no estaba allí.
La sonrisa y las pupilas clavadas en el cielo.
En su último viaje, la Cruz del Sur iba a ser su guía.

4 comentarios:

  1. oohhh!!! cuanta belleza!
    escribes con el alma, niñaa!!

    Saludos!

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  2. Es muy generosa la Cruz del Sur. No sólo es fácil de identificar, sino que también sirve para orientarse.
    Muy lindo relato. Beso!

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  3. Qué preciosidad de cuento Bee!
    La vida constantemente nos hace elegir senderos y siempre queda la duda: ¿Cómo habría sido si en aquella encrucijada hubiera optado por otro distinto?.
    Lo podemos imaginar, sólo eso.

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  4. ESCARCHA y ATO:
    Son dos amigos fenomenales!!!
    Gracias a los dos!
    Un beso grande!
    ZAVALA:
    Muchas gracias, amigo! En mi caso personal y con el tiempo he aprendido a jugarme por lo que siento. Me aterra pensar ¿Qué hubiese sucedido si...?
    Abrazo transoceánico!!! :)

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