ASESINA

Se calzó las botas de cuero negras y se miró en el espejo por última vez.
Salió del baño de Damas y enfiló hacia la salida del bar. La mochila colgaba de su espalda. Las manos protegidas con guantes de fina gamuza permanecían ocultas dentro de los bolsillos de la gabardina gris.
Por ese motivo no podía percibir el frío del metal. Tampoco pretendía sentirlo.
La garúa constante le mojaba el cabello que se empecinaba en pegársele en la cara. Miró el reloj de la Torre de los Ingleses. Faltaban exactamente 5`para las 6 de la tarde. Recorrió el trayecto final con esa fría calma que le helaba el corazón y le anestesiaba la conciencia.
Dobló la esquina y entró en un viejo edificio con la fachada revestida en mármol antiguo. Descartando el ascensor subió los dos pisos trepando ágilmente las escaleras. No fue difícil encontrar la puerta de la oficina
del Jefe del Sector. Golpeó el vidrio sólo una vez.
-¡Pase!
El hombre la invitó a entrar sin dirigirle una sola mirada. Hablaba
por teléfono y fumaba como un escuerzo. Estaba sentado detrás
de un escritorio cubierto de papeles.
-¡El tema de la plata no es para hablar por teléfono, infeliz! –exclamó
con los dientes apretados.
Cortó la comunicación y fue entonces cuando la vió.
-No es personal. –siseó ligeramente.
La bala le atravesó la frente. Fue un disparo limpio y certero.
El silenciador había cumplido con su misión. En la oficina sólo se escuchaba
de fondo el relato de un partido de fútbol de segunda división.
Ya estaba en la calle cuando el celular vibró dentro del bolsillo del saco.
Miró el mensaje de texto.
-Ya llegué.
Arrojó la peluca negra dentro de un cesto de basura y corrió hasta
la parada del omnibús. No quería perder demasiado tiempo.
Su hijo ya había llegado de la escuela y la estaba esperando para tomar
la merienda en la casa…