EL BESO DE ELINOR

El camino hacia la aldea se hallaba en pésimas condiciones. Las inclemencias del tiempo habían formado un enorme lodazal donde se estancaban la mayoría de los carruajes.
En la taberna de Sam, unos pocos parroquianos bebían la última vuelta de ron de la jornada.
Marie, la esposa del tabernero se restregaba las manos y parada frente a la ventana, observaba con preocupación la lluvia torrencial que se había desatado unos pocos minutos atrás. Sam, apoyado sobre el viejo mostrador, la miró y dijo sonriente:
-Tranquila Marie, no creo que se atreva a deambular con semejante tormenta…
La mujer giró sobre sí y le lanzó a su marido una mirada cargada de odio.
-Cuando la veas con tus propios ojos, ya no vas a burlarte de mí.
Acto seguido se santiguó y besó con devoción el antiguo relicario de su madre. Un coro de etílicas risotadas la obligó a abandonar la estancia.
Eran las 2 de la madrugada cuando alguien tocó la campana de la taberna. Sam bajó las escaleras a tientas y con fastidio abrió la puerta. Dos hombres ataviados con gruesas capas y sombreros de ala ancha ingresaron al salón arrastrando el cuerpo de un joven.
-¿Qué significa esto? –aulló Sam con los ojos desorbitados.
-¡No podíamos dejarlo en medio del temporal, Sam! –respondió
uno de los hombres.
Jon y Theo Fairchild eran dos hermanos, que se encargaban de traer
las provisiones a la aldea desde hacía 10 años. A pesar de las protestas del
cantinero, despejaron una de las mesas de la taberna y trataron de acomodar
al desconocido.
Sam se acercó al mismo y lo miró con recelo. Tendría unos 20 años y estaba
inconciente. Su respiración apenas se percibía y lo que más le llamó la atención
fue el color azul de sus labios.
Tampoco era para espantarse, seguramente estaba muerto de frío. Vaya a saber
cuanto tiempo había permanecido bajo la terrible lluvia.
-¡Vamos a animarlo con un poco de ron! –murmuró Sam con desdén.
Le echaron un trago de bebida en la boca y esperaron. De pronto, el muchacho
abrió los ojos desmesuradamente y un grito desgarrador escapó de su garganta.
¡Elinor! –bramó el joven con desesperación.
En medio de la confusión, ninguno de los tres hombres había advertido la presencia de Marie.
La mujer aferrada a su relicario, caminó hasta donde reposaba el pobre moribundo.
Sus ojos azules lo miraron con infinita dulzura. Le tomó una de las manos y
acercándose al rostro del muchacho, susurró:
-Yo te bendigo. Su sed de revancha te abandonará para siempre. Descansa en paz.
El joven exhaló un leve suspiro. Su cuerpo se relajó por completo y como por arte
de magia, sus rasgos adquirieron una lozanía que quizás nunca había tenido en vida.
Los truenos cesaron por completo. Un alarido demencial interrumpió el momentáneo
silencio de la noche. Los hombres permanecieron paralizados.
Marie se dirigió hacia la entrada de la taberna y con decisión abrió la puerta. Elevó su
relicario hacia el plomizo cielo y recitó las antiguas palabras que su madre le había enseñado:
-¡Elinor! ¡Mujer oscura! ¡Los demonios de tu frustración volvieron a ser vencidos!
¡Ríndete y encontrarás la paz!
A pocos kilómetros de allí y bajo una densa cortina de lluvia, la figura de una hermosa
mujer recorría con vehemencia el viejo camino de tierra.
El viento del este le enredaba la negra cabellera. Su boca color púrpura aún conservaba
el tibio sabor de los labios del joven muchacho. Sonrió con amargura y desapareció de
golpe en medio de la oscuridad de la noche.
Corría el invierno de 1873. Hacía más de 20 años que su espectro vagaba en busca
de su amor perdido.
Sabía que no se rendiría.
Marie, también era conciente de ello.

Este es el último post del año. Les agradezco de corazón todo el cariño que me han
brindado y les deseo un 2011 MARAVILLOSO!
Bee.-