HERIDAS QUE SANGRAN

Ya no le quedaban espacios en el cuerpo donde ocultar las heridas. Los tajos eran cada vez más profundos y peligrosos. Las partes más laceradas se encontraban en la zona del estómago, los muslos y los pechos.
No podía recordar cuando se había lastimado por primera vez. Hacía tanto tiempo que se flagelaba que estaba casi segura de haber nacido con aquellas heridas.
Sentirse excluida había sido una constante en su vida
La experiencia en la escuela fue uno de los tragos más amargos de su existencia. Relacionarse con sus compañeros era una verdadera tortura. Se sentía diferente y disminuida.
Permanecía encerrada la mayor parte del tiempo y no era capaz de establecer ningún vínculo con nadie.
Comenzó a consumir laxantes y diuréticos a los 14 años
Cada vez que su imagen se reflejaba en el espejo del cuarto, sentía que miles de dagas se clavaban en su corazón. El alma se le desgarraba y la desesperación fue ganando la batalla.
Apenas probaba bocado y lo poco que ingería lo vomitaba de manera
inmediata. Usaba ropa varios talles más grandes y escondía su rostro detrás
de una desgreñada mata de cabello que la ayudaba a protegerse de las
temidas miradas ajenas.
El noviazgo con el que después se convirtió en su marido puede considerarse
un verdadero milagro. Fue como una especie de bendita tregua que se
concedió a si misma. Cuando se enteró que estaba embarazada se esforzó
por alimentarse y de esa manera proteger al bebé. Aquella conducta logró
mantenerla en pie hasta que el niño dejó de mamar.
La relación con su marido naufragó de manera inevitable. Con el afán de
esconder las marcas, ya no tenía ninguna clase de contacto con el padre de su hijo.
Él se fue alejando de ella sin atreverse a enfrentar la situación. El sueño se
desmoronó como un castillo de naipes
El niño le demandaba una energía, que ahora no le podía ofrecer. Su cuerpo,
como un árbol seco y sin savia no respondía más. Ya no le quedaba resto.
Sonrió al recordar la carita redonda y pecosa de su hijo y no pudo contener el llanto.
Fue apenas un tibio haz de luz, en medio de las tinieblas de la noche.
Estaba sentada en la bañera.
Después, cerró los ojos y se enterró la hoja de afeitar en las venas.