BLACK in BLUES

Tempie Long la adoptó de inmediato.
La madre apenas tenía 15 años cuando escapó con el padre
y la abandonó a su suerte en las puertas del orfanato local.
La abuela Tempie trabajaba como lavandera en el hospicio.
Las pupilas brillantes de la niña le robaron de inmediato el corazón.
La llamó Hattie, en honor a la enfermera que la había encontrado
aquella lluviosa noche de noviembre.
Se fueron a vivir juntas a una pequeña y humilde casa de los suburbios.
Las historias de los antepasados africanos trabajando en
las plantaciones de tabaco, cantando canciones religiosas para
mitigar la pena, incentivaron la imaginación de la niña que se
despertaba temprano por la mañana y cantaba con
un sentimiento sobrecogedor. El color de su voz era maravilloso.
Todo el vecindario conocía a la pequeña artista.
Hattie creció a pasos agigantados y sus sueños de cantante
comenzaron a anidar cada vez más fuerte en el seno de su alma.
Tempie sabía que tarde o temprano, el talento de su nieta la iba
a obligar a tomar una decisión. Además la niña se había convertido
en una adolescente singular.
A los 12 años su piel color chocolate era suave como el terciopelo
y la negra y ensortijada cabellera, provocaba más suspiros que los
que la anciana estaba dispuesta a soportar.
La mujer no toleraba la idea de que su nieta corriera la misma
suerte que la mayoría de las niñas negras de aquella época.
Migraron desde el sureste de Estados Unidos a comienzos de 1920.
Cuando llegaron a Menphis, ambas se emplearon como sirvientas
en la residencia de una poderosa familia local. La vida en aquella casa
no fue fácil para ninguna de las dos. El desdén y la soberbia con que
eran tratadas les causaban una amarga tristeza.
Una noche, durante la celebración del día de Todos los Santos,
Hattie subió a un escenario por primera vez.
El club nocturno Jumper Street estaba atestado de gente.
La felicidad de la joven sólo se vio empañada por la cruda realidad
que la rodeaba. La platea que la contemplaba estaba compuesta
exclusivamente por personas de raza blanca. Los negros podían
trabajar allí, pero no tenían derecho a ser admitidos como clientes.
Su increíble voz conquistó a cada uno de los presentes.
La muchacha que de día debía padecer el desprecio de los amos
para los que trabajaba, de noche se convertía en una diosa de ébano
que hechizaba a la platea en general.
Hattie se sentía como una encantadora de serpientes. Las despectivas
miradas pronto se rendían ante el ritmo y la mágica poesía del blues.
El dueño del club la contrató apenas 3 semanas después del debut.
Esa noche Hattie se abrazó a su abuela y permanecieron llorando
de felicidad hasta entrada la madrugada.
Pronto su fama trascendió hasta New York. Las ofertas para cantar en
los auditorios más conocidos no tardaron en llegar.
El show de despedida en el Jumper Street fue estremecedor.
Hattie salió a escena enfundada en un deslumbrante vestido de luces
y con sus carnosos labios delineados con furioso carmín.
Tempie Long estaba sentada en la primera fila.
Fue la primera vez que una persona de raza negra pudo disfrutar
del concierto sin sufrir ninguna agresión.
Hattie al ver el rostro noble de su abuela, apenas pudo
contener las lágrimas.
El sonido de la guitarra de Wolfie Smith le aceleró los sentidos.
Cada inflexión de su voz desgarró las fibras más íntimas
del pequeño auditorio.
La música del Alma recorrió cada pequeño rincón hasta hacerse
dueña y señora del lugar.
Mientras los aplausos y los vítores ensordecían a los artistas,
Tempie Long miró a su nieta y supo que cada sacrificio y pesar
habían valido la pena.
Comprendió con intensa emoción, que los lazos frutos del amor
son más poderosos que los accidentales vínculos de sangre.