LA CUÑADITA SEXY

El sábado pasado asistimos a la boda del hermano menor de mi amiga Lucia.
Como llegamos tarde a la ceremonia religiosa, nos dirigimos raudos a la fiesta
que se realizaba en una mansión en las afueras de Buenos Aires.
Ni bien llegamos al lugar, mis hijos en complicidad con el sátrapa de su padre,
se arrojaron del auto y me dejaron sola luchando con el vestido largo y los tacones
de las sandalias que se enterraban en el césped de la residencia.
De pronto fui sorprendida por mi amiga del alma que vino a mi encuentro con
la cara descompuesta de rabia.
-¡Me quiero matar! –gimió desconsolada- ¡Hoy está peor que nunca!
Debo confesar que cuando Lucia me habló con respecto al tema, yo no le di
demasiada importancia. Sin embargo, los irrefutables hechos le dieron la razón.
Gigi, la nueva novia de su hermano mayor, era un espécimen difícil de digerir.
Enfundada en un estrecho vestido metalizado, la voluminosa mujercita nos
abordonó ni bien ingresamos al salón.
-¡Holisssss! –gritó desmesurada.
Apenas pude articular palabra.
Era la viva imagen de una “femme fatale” del subdesarrollo.
Las pestañas postizas y la boca pintada con un rouge símil salsa de tomates,
me hicieron estremecer. Los implantes de siliconas pugnaban por escapar del
escote y apenas podía dominar el taco aguja de sus extravagantes zapatos.
De pronto las notas de un reggaeton comenzaron a sonar. Gigi, como si hubiese
escuchado la llamada de un dios pagano, salió disparada hacia la pista de baile
y al compás de la música comenzó a menear su desbordante humanidad como
si estuviera poseída.
Con las piernas abiertas y cual arquero de la selección de fútbol a punto de atajar
un penal, Gigi subía y bajaba las caderas sin dejar de revolear la leonina cabellera.
Los hombres de la fiesta formaron un círculo alrededor de la chica y miraban
hipnotizados, como la estrellita fugaz hacía mohines al estilo Pamela Anderson.
Mi marido y mis hijos que estaban al otro lado de la pista, miraban divertidos y
mediante ampulosos gestos incitaban a que me sumara al baile.
¡Pedazo de cretinos!
Adrián, el hermano mayor de mi amiga se acercó hasta mí y dijo sonriente:
-Es un poco llamativa… Pero la verdad, desde que la conocí me cambió el humor.
Hacía 2 meses que se había divorciado de su mujer y a través de un chat por
Internet había conocido a ese “diamante en bruto” que era Gigi.
Miré a Lucia, la abracé y después de suspirar hondo le dije:
-Quedate tranquila, ya se le va a pasar.
No estoy tan segura al respecto. Además entre nosotros, y como dice el refrán
sobre gustos no hay nada escrito.