ALEA JACTA EST

Finalmente sucedió. Sólo era cuestión de tiempo.
Se miró las manos teñidas de escarlata y arrojó con asco
el puñal redentor.
Demasiados días de dolor. Demasiadas noches de humillación.
La eterna espera era el castigo más feroz. Desnuda y acurrucada
en el camastro, aguardaba la inminente llegada del próximo cliente.
En la oscuridad del sucio galpón, se escuchaba el gemido lastimero
de las otras mujeres.
Si bien los idiomas eran diferentes, la degradación era la misma.
El cuerpo pesado del visitante la comenzó a sofocar. El aliento a alcohol
le provocó arcadas.
-¡Valdez, esta gringa ni siquiera goza! – bramó la impiadosa bestia.
Una rabia salvaje le cegó la mente. Mientras el intruso empujaba brutal
contra su pelvis, extrajo el pequeño estilete que había robado la noche anterior.
Una, dos, diez veces.
Recién dejó de apuñalarlo cuando logró sacárselo de encima.
La luz se encendió y lo primero que vio fue el rostro sorprendido de Valdez.
La Turca y Nina la brasilera, se abalanzaron sobre el reclutador y le clavaron
las uñas en la cara.
Todo se convirtió en un caos. Las mujeres gritaban y los clientes huían.
Decidida atravesó aquel infierno y como una autómata salió del sórdido lugar.
Era noche cerrada y hacía mucho frío. Ni siquiera podía reconocer el paraje
donde se hallaba.
Se topó con una hilera de rieles enmohecidos. Sin dudar, comenzó a caminar
por las vías de ferrocarril.
Por primera vez en mucho tiempo, su boca dibujó una mueca que simulaba ser
el esbozo de una sonrisa.
No pensaba en nada. Tampoco esperaba nada.
Los labios resecos y heridos, sólo intentaban saborear los primeros
vestigios de libertad.

Alea Jacta Est
Traducción: La suerte está echada