EL APODO

Nunca había tenido algún apodo. Sus amigos de la infancia y luego los de la universidad siempre lo llamaron por su nombre: Juan en honor a su abuelo materno y Pablo por su papá. En cambio ella siempre le decía “mi rey” y eso era más que suficiente. A él, esas dos palabras lo elevaban hasta el cielo o lo sumían en el más temido de los infiernos.

Cada encuentro era un sube y baja de sensaciones extremas. La química era instantánea. No lograban mantenerse vestidos más de 5` seguidos. Ella le sacaba la ropa con vehemencia y lo arrastraba hasta el cuarto con urgido deseo. Se negaba a utilizar preservativos y a decir verdad a él poco le importaba. Nunca parecía estar satisfecha y eso lo enloquecía más. Ciertos días se convertía en una mujer insaciable.

Cuando por fin se rendía, y mientras encendía un cigarro lo observaba con un dejo de ironía en la mirada. Escapaba del departamento de la mujer, abrumado por aquella espantosa indiferencia que aparecía en sus pupilas después de la maratón sexual.

Muchas veces se preguntaba cómo continuaría esa historia que lo mantenía con la sangre envenenada. Además las cosas se estaban complicando, pues últimamente recurría a decenas de truculentas excusas que intentaban erradicar las sospechas que florecían en la mente de su atribulada novia.

“La fertilización de la abeja reina se produce en el denominado vuelo de fecundación o vuelo nupcial, que normalmente las reinas repiten en dos, tres y hasta en cinco oportunidades. Copulan en pleno vuelo para caer a tierra muchas veces juntos. Luego de la cópula el zángano muere, dado que se desprende su aparato genital y su abdomen colapsa. Las reinas copulan hasta con 15 zánganos. La reina guarda en el interior de su abdomen el esperma de los diferentes machos con los que se apareó.”

La voz del relator del documental de Animal Planet retumbó en toda la habitación. Hacía más de 3 días que intentaba comunicarse con ella y no lograba hallarla. Salió disparado de la casa y se subió al auto como si lo hubiese poseído el mismo demonio. Cuando llegó al edificio, tocó el portero eléctrico hasta el cansancio. Desconcertado, se acercó hasta el guarda de seguridad y preguntó por ella.

-La señora Inés se mudó a Francia. Comentó que no quería afrontar su futura maternidad alejada de la familia. Estaba tan contenta…
En ese momento se dio cuenta que a los 29 años acababa de estrenar apodo:

“El Zángano”.