LA MUJER DEL JEFE

La tarde transcurría tranquila en la empresa. Pasadas las 3, una armonía poco habitual dominaba los pasillos de las oficinas.

De pronto todo cambió. La voz de la recepcionista sonó bastante afectada:

-¡Qué alegría verla Juliana!

Murmullos varios y una tangible agitación tomaron por asalto el lugar. Instintivamente asomé la cabeza a través del hueco de la puerta.
Fue entonces cuando la vi. Estaba vestida de manera ostentosa y su maquillaje recargado logró llamarme poderosamente la atención. Ofelia, la encargada de Compras y que venía camino de la cocina, sonrió de manera irónica y me dijo:

-Entre nosotros la llamamos “El Alce”, por la cornamenta que porta…

Me la quedé mirando asombrada y mientras seguía su camino agregó haciendome un guiño:

-Para el resto de los mortales es la Mujer del Jefe.

Sus ojos se cruzaron con los míos justo en el momento en que yo empezaba a sonreír. Se acercó hasta mi oficina cual reina perteneciente a alguna monarquía europea. Después de escrutarme de arriba a bajo como si fuera un ratón de laboratorio, divisó un portarretratos que se hallaba sobre mi escritorio. La torre Eiffel resplandecía a mis espaldas durante una maravillosa mañana de verano.

-¡Se ve que pagan bien en la empresa de mi esposo!

-No sé –respondí con los dientes apretados- Estoy a prueba desde hace una semana. Esa foto fue tomada el año pasado.

Herida en su amor propio, y después de me mirarme con ojos asesinos se marchó a paso ligero. Al retirarse el olor de su perfume costoso pero de gusto dudoso, estuvo a punto de intoxicarme.

Como el jefe estaba en una reunión, la muy ladina se sentó en la recepción. Sin inmutarse consumió 5 cigarrillos seguidos debajo de un cartel que en letras tipo cartel de ruta informaba claramente “PROHIBIDO FUMAR”.

Adela, la asistente de facturación, apareció de la nada y moviendo la cola como perro contento exclamó:

-¡Buenas tardes Sra. Juliana! ¡Pero que barbaridad! ¿Nadie le ha ofrecido un café?

-No. –respondió secamente la aludida.

-¡Ya le traigo uno!

Terrible chupamedias resultó ser la insoportable de Adela.

-¡Qué hermosa chaqueta! –elogió la muy babosa mientras le alcanzaba el café.

-Gucci. –respondió la otra con afectación.

-Me imaginaba… ¿Y los chicos? –preguntó la muy curiosa.

-El más grande está en clase de squash. El del medio fue a natación y la nena en clase de danza.

-¡Qué amorosos!

Ni quiero imaginar a ese trío de “amorosos”. La puerta de la oficina del jefe se abrió de golpe.

Después de darle una indicación a la recepcionista, miró de reojo a su mujer y dijo con sequedad:

-Vamos.

Ofelia se apoyó en el marco de mi puerta y susurró:

-Van al analista. Están haciendo terapia de pareja.

Como si fuéramos hermanas gemelas y al unísono, las dos lanzamos una furibunda carcajada.

Me serví un té y después de acomodarme en el sillón del escritorio, me tomé 5`para reflexionar.

Una oleada de sublime alivio invadió cada molécula de mi cuerpo.

Pensar que esa mujer es la madre de alguien, la hermana de alguien o la amiga de alguien.

Gracias a Dios y a todos los Santos para nosotros, solamente es la mujer del jefe.