VERANO CALIENTE

Intentando superar el sinsabor de una reciente ruptura sentimental, emprendió su viaje de vacaciones a solas. Desembarcó en Montevideo. Desde allí y con un auto rentado se trasladó hasta las bellas playas de Punta del Este.

La señal de alarma sonó el arribar al hotel donde se iba a hospedar. El recepcionista, un muchacho alto y musculoso, después de mirarla con interés deslizó como al pasar:

-¿Viaja sola?

Esquivando con amabilidad el brillo que descubrió en su mirada, emprendió rauda, la retirada a la habitación.

La vista era fenomenal. Su decisión había sido acertada. Suspiró profundamente y pensó que después de mucho tiempo, podía disfrutar de sus vacaciones sin tener que estar negociando visitas a lugares, actividades varias y mucho menos horarios.

Llegó a la playa alrededor del mediodía. Alquiló una reposera y una sombrilla.

No había hecho más que cerrar los párpados y conectar el Mp3, cuando un suspiro similar al ronquido de un asno, resopló estridente en su oído derecho.

Abrió los ojos y ahí estaba. A menos de 5cm de su cara, un ejemplar de macho en celo, la miraba anhelante.

Con voz gutural dijo:

-¿Solita?

Saltó de la reposera como una poseída y se lo quedó mirando con la boca abierta. Tendría alrededor de 40 años, el cabello muy rubio y estaba colorado como un camarón.

-¿Asusté? –balbuceó el desconocido de manera titubeante.

¡Lo que faltaba! Encima de loco y pesado, no hablaba castellano.

El muy maniático insistió:

-¡Tú! ¡Yo! ¡Fiesta! ¡Fiesta!

Ya era demasiado. Después de propinarle un empujón y dejarlo despatarrado en la arena, juntó todas sus cosas y le espetó indignada:

-¡Fiesta, tu abuelita!

Tratando de olvidar aquel mal trago, por la noche eligió un restaurante que está ubicado cerca del puerto. Mientras investigaba los manjares que le ofrecía el menú, advirtió por el rabillo del ojo la presencia cercana de un extraño. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrió asombrada que este individuo después de hacerle un guiño cómplice, se acerca y le dice:

-¿Estás sola? ¿Puedo compartir tu mesa?

Aquello fue demasiado.

¿Acaso su reciente abstinencia sexual se estaría manifestando de alguna manera evidente y ella no alcanzaba a notarlo? ¿Estaría emanando algún olor especial que despertaba los bajos instintos de estos varoniles especimenes que se le cruzaban por el camino?

Si bien los días subsiguientes no fueron tan azarosos como el primero, a lo largo de la semana tuvo que lidiar con algún que otro aprendiz de Tenorio que no pudo llegar a comprender que por el momento, no estaba sola por resignación.

Estaba sola por elección.