DIFERENCIAS IRRECONCILIABLES

Las pupilas se dilataron. Quedaron fijas en la escena y sus ojos no volvieron a parpadear.

No podía resistirse a continuar observando.

El estupor, hijo dilecto de la sorpresa, había dejado paso a un torbellino de sensaciones que poco se emparentaban con lo racional.

Sudor frío. El corazón galopaba en el pecho y le latían las sienes.

Un incomprensible frenesí le atenazó los sentidos.

Parte de las siluetas apenas protegidas por la oscuridad, se balanceaban a un ritmo furioso. Conformaban una métrica perfecta. Los movimientos no tenían una sílaba demás.

Gemidos contenidos y manos que no dejaban de explorar. Risas quedas y juramentos de adoración.

Cuando trepó sobre él, por fin pudo distinguir su rostro. Una sonrisa deslumbrante se delineaba en la boca. Jamás había recibido una igual. Nunca.

Ni si quiera durante el germen de la relación. Cuando todo era flamante, lozano.

Era consiente que aquella experiencia iba a arruinar la engañosa estructura familiar.

Nada iba a ser igual.

Apretó los dientes hasta que las encías empezaron a sangrar.

La discreción era su marca registrada. Antes de retirarse la miró por última vez.

Mientras salía de la casa que habían compartido los últimos 5 años, consideró que no tenía sentido, solicitar el divorcio por adulterio.

Para ser honesto, jamás la había visto tan gozosa.

Diferencias irreconciliables, era una carátula más apropiada.