julio 24, 2010

SEXOTERAPIA: Afrodisíacos

Hacía unos cuantos días que venía dándole vueltas al asunto hasta que por fin me decidí. Iba a invitar a mi marido a cenar
a un restaurante de comida afrodisíaca. De hecho y después de
investigar varios lugares por Internet elegí la opción que me parecía más acertada.
Resuelta a sorprenderlo con esta propuesta, lo llamé a su oficina y le avisé que lo iba a pasar a buscar por allí alrededor de las 20.30. Dispuesta a disfrutar de una velada diferente, elegí mi vestuario con sumo cuidado. El vestido negro con falda irregular
me quedaba fantástico y a pesar de mi dificultad para
desplazarme con tacones altos, me calcé un par de sandalias que me hacían caminar como los flamencos rosados de Temaiken.
La sorpresa en los ojos de Fernando me confirmó que mi aspecto había dado en el blanco. Subimos al auto y sin develar el lugar adonde nos dirigíamos puse primera y arranqué a toda velocidad.
Mi marido mudo ante lo misterioso de la situación, sólo atinó a decir de manera burlona:
-¿Te sentís bien?
Lo miré con cara de asesina a sueldo y respondí:
-Muy gracioso Fernando, muy gracioso.
Estacioné el auto en la esquina del local y bajamos tomados de la mano.
Antes de llegar al lugar, mi peor es nada me sujetó por la espalda y murmuró:
-¡Estás preciosa flaca! Tengo unas ganas de…
-Justamente de eso se trata –anuncié de manera triunfal mientras lo ubicaba
frente a la entrada del famoso restaurante.
Fernando que es un hombre de pensamiento amplio, esta vez me dejó azorada.
Con los ojos redondos como el dos de Oro me miró desorientado.
-¿Restaurante afrodisíaco? –preguntó absolutamente desconcertado.
-¡Vamos Fer, no seas pacato! –exclamé con decisión mientras lo entraba
a empujones al lugar.
La decoración del restó no colaboraba en absoluto para calmar la incertidumbre
que expresaban los gestos de contrariedad de mi devoto cónyuge.
El momento sublime fue ver a Fernando mirando de manera socarrona el menú
y repitiendo voz impostada los nombres de las exquisiteces
-¿Ensalada “Me entrego sumiso al asalto de tus pechos”? “¿Plato principal
“Te acunas en mi regazo mientras hueles la gloria?” o ¿Postre “Estímulo Lujurioso”?
Sonrió nervioso y finalmente dijo:
-¿Y si después de comer todo esto no pasa nada?
Totalmente bloqueada por semejante pregunta, murmuré entre dientes:
-Qué poca fe me tenès…
Nos miramos por un instante y ninguno de los dos pudimos reprimir
una sonora carcajada.
Llegamos a casa media hora después cargando una pizza a la napolitana
y un par de cervezas bien frías. Al día siguiente decidimos no ir a trabajar.
La maratón sexual en la que habíamos invertido gran parte de la noche
nos había dejado extenuados, pero felices. Mientras intentaba cubrirme
con las sábanas, Fernando me susurró risueñamente al oído:
-¿Te comenté sobre el restaurante tailandés que me recomendaron en la oficina?
No tuvo tiempo de reaccionar. Le propiné un furibundo almohadonazo en medio de la cara.

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