julio 27, 2010

CERVEZA ESPUMOSA

Puso la traba de seguridad y cerró la puerta de entrada con dos vueltas de llave. Pasó por el comedor y como de costumbre acarició el retrato donde estaba la foto de su mujer.
Entró en la cocina y después de encender el televisor, se dispuso a preparar el tan ansiado festín. La vesícula lo tenía
a mal traer desde hacía muchos años. Quizás demasiados.
Ya era hora de disfrutar de un pequeño placer. Preparó
una picada monumental. Cortó el queso en perfectos daditos
y acomodó los trocitos de salame y las aceitunas verdes en
los platitos de copetín que le habían regalado hacía más de
50 años. Finalmente sacó de la heladera la botella de cerveza helada. El contacto con el frío del vidrio le hizo estremecer la punta de los dedos.
Probablemente se concentró demasiado en aquella
pantagruélica tarea, el caso es que nunca percibió la presencia de los intrusos dentro de su casa. Habían ingresado forzando la ventana del dormitorio. Bajaron en silencio por las escaleras y lo sorprendieron de espaldas.
Mientras uno le sujetó los brazos por detrás, el más alto de los tres le lanzó
un golpe brutal en la cara. Un grueso hilo de sangre comenzó a descender
por el labio inferior de su boca.
-¿Dónde está la plata? –le preguntó el rufián con ojos brillantes.
El segundo golpe fue innecesario. Si acaso le hubiesen permitido hablar…
-¡Hablá viejo de mierda!
Lo tiraron sobre el piso de baldosas de la cocina y le precintaron las manos
en la espalda. Uno se quedó de vigía mientras los otros dos corrían hasta
el dormitorio en busca de la plata. Bajaron con la bolsa del supermercado
donde había escondido el sobre con los billetes. El dato que había filtrado
el ave negra que gestionó la jubilación de Italia era correcto.
Definitivamente el golpe había sido perfecto.
Antes de escapar, las tres ratas decidieron arrasar también con el banquete.
Quizás presumieron que estaba inconciente, pues en ningún momento
le dirigieron una sola mirada.
Cuando los vió brindar, una sonrisa postrera se asomó en sus maltrechos labios.
Los papeles de los últimos análisis descansaban sobre la mesada de granito gris.
El resultado de los exámenes era irrefutable. La enfermedad se hallaba en su fase terminal.
Con suerte le quedaban 2 semanas de vida. Volvió a mirar a los reos. Sus ojos, velados
por lágrimas de íntima satisfacción, se detuvieron en el brindis final.
En el fondo de la botella, la espuma letal del cianuro se confundía
con las blancas burbujas de la cerveza…

2 comentarios:

  1. genial y contundente vuelta de tuerca en el final, muy a lo hitchcock
    la ironia del destino hecha justicia

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  2. Jaja!, esta lo había leído en liibook, es muy buena. Saludos Bee.

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