julio 25, 2010

SEXOTERAPIA: Lencería Erótica

Hacía 2 días que había cumplido años. Darío mi pareja desde hace unos cuantos meses, llamó a mi oficina y me sorprendió con una misteriosa propuesta:
-Flaca, prepará algo rico para cenar que esta noche
  te llevo un regalo que te va a encantar.
Emocionada, sonreí ante la maravillosa perspectiva.
No sólo íbamos a disfrutar de una noche fantástica sino que además estaba segura con respecto al regalo que iba a recibir. La semana anterior, cuando Daría había estado investigando sobre el tema, yo deslicé como al pasar que moría por una cartera fenomenal que vendían en el shopping.
Abrí la puerta de mi departamento y ahí estaba mi amado acarreando un ramo de rosas y una enorme caja. Después de abrazarlo y besarlo, me zambullí de cabeza sobre las flores y el precioso paquete.
Recién en ese momento advertí que algo no andaba nada bien. Las dimensiones de la caja no coincidían con el tamaño de mi anhelada cartera.
Solté el primoroso lazo que sujetaba la tapa y entonces se vino la noche.
Mi cara se desencajó como si fuera una máscara de arcilla. Los ojos se saltaron de mis órbitas
y el maxilar inferior se me aflojó como si fuera la mandíbula de una marioneta.
Frente a mis azoradas pupilas hizo su aparición un equipo completo de LENCERIA EROTICA.
Fui sacando las piezas de ese sensual rompecabezas sin decir una sola palabra.
Darío que me miraba con ansiedad, parecía un chico con juguete nuevo.
-¿Te gusta? –preguntó radiante
Me levanté lentamente del sillón, le di un beso en la frente y mientras me retiraba
resignada hacia el baño, murmuré:
-Me lo voy a probar. Gracias…
Abrumada y en completo estado de shock, observándome en el espejo reflexioné:
-¡Mierda! No fue su cumpleaños, fue el mío. Este es un regalo para él, no para mí…
Al abrir nuevamente la primorosa caja sufrí un colapso nervioso. La bombacha era
un triángulo equilátero de apenas 3cm de lado. Pensé en mi visita a la depiladota.
¡El cavado de la entrepierna debería haber sido más profundo!
Ni hablar del portaligas. Tiritas por acá, tiritas por allá. Pequeños brochecitos de
metal que no tenía la menor idea donde se enganchaban.
¿Qué me ponía primero? ¿La tanga o el portaligas?
Empecé a sudar copiosamente. Me transpiraban las manos y las finas medias
de seda se me pegaban a los dedos como babosas. De pronto la catástrofe final.
El índice de la mano derecha pasó de largo y un espantoso agujero se abrió
paso en la delicada trama.
Como pasaba el tiempo y yo no salía de mi guarida, mi novio se acercó
a la puerta del baño y dijo:
-Ana ¿estás bien?
-Seee… -respondí contrariada.
-¿Pasa algo? –insistió el con preocupación.
-No.
-¿Querès que te ayude?
-¡Nooooooo!
Me quería matar. Lo último que necesitaba era que mi novio oficiara
e asistente de vestuario. Respiré hondo y decidí salir al ruedo. Darío estaba
sentado en el borde de la cama. Me miró y con una sonrisa de oreja a oreja dijo:
-Estás hermosa.
Apenas pude articular una mueca de forzado agradecimiento. De manera inesperada,
mi muchacho que es un hombre sagaz, se acercó hasta mí, me envolvió en
un gran abrazo y susurró dulcemente:
-Mi regalo apesta ¿no?
Y ahí nomás y sin previo aviso se me cayeron un par de lagrimones delatores.
La noche estuvo increíble. Mientras regresaba de la cocina cargando un par de cafés
y solamente cubierta con la camisa de mi enamorado, escuché unas palabras que
me arrancaron una sonrisa:
-Soy un imbècil. ¡Qué bien te queda mi camisa!
La realidad no tiene remedio. No soy una chica de calendario, pero en verdad me las arreglo muy bien.

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