La camioneta se estacionó en la calle paralela a la residencia. Eran las 14.35 de la tarde. Bajó rápidamente del vehículo y caminó distendido hacia la entrada principal.
La operación “Jaque al Rey” había comenzado.
Saludó a la custodia con una amable sonrisa.
Lo dejaron pasar con absoluta tranquilidad...
Mientras atravesaba el jardín delantero su mente trabajaba de manera febril.
No era una partida más. Era la partida de su vida. Siempre a la sombra de él. Estaba harto de la corte de peones que lo defendían por una suculenta paga. Le provocaban repulsión las ideas despóticas que aquel maldito infame profesaba.
La custodia personal le informó que el señor estaba trabajando
en el escritorio privado. Volvió a eludir la vigilancia sin problemas.
No necesitaba ningún permiso ni ninguna clave en especial.
Él era la clave. Él era la mejor estrategia.
Se acercó a la puerta y con cordialidad dijo:
-Buenas tardes Soria. Pedile a la mucama un par de cafés.
El custodio le hizo un guiño cómplice y se alejó con paso diligente
hacia la dependencia de servicio.
Tocó la puerta dos veces. Una voz de tono recio le ordenó pasar.
Respiró hondo e ingresó al lugar. El hombre estaba sentado detrás
del enorme escritorio de roble antiguo.
Como de costumbre estaba vestido de manera impecable.
Apenas levantó la vista de los papeles.
-¿Qué necesitás? –murmuró con fastidio.
Sacó el revolver calibre 38 y le apuntó.
-Miráme.
El hombre asombrado por el tono inusual de la orden levantó la mirada.
Le disparó directo al corazón. Cayó de frente, desparramando
todos los objetos que estaban sobre el escritorio.
Antes de escapar lo observó por última vez. No sintió nada.
Ni siquiera alivio.
El custodio llegó un par de minutos después. Cuando dio la alarma,
ya era demasiado tarde.
Una de las mucamas salió corriendo por el pasillo.
-¡Mataron al Presidente!
El griterío fue generalizado. El caos era total.
La primera dama logró esquivar el cerco de guardaespaldas y se
arrojó desesperada sobre el cuerpo inerte de su marido.
El asesino estaba a punto de alcanzar la salida cuando el alarido de
la mujer retumbó a la distancia.
Quedó paralizado.
La voz del contacto comenzó a vociferar a través del audífono.
-¡Rápido Alfil!
El hombre seguía inmovilizado. El jefe del grupo volvió a gritar.
-¡Carajo, ya no queda tiempo!
Salió por el acceso lateral y cruzó veloz como un gamo la corta
distancia que lo separaba de la camioneta blindada.
La puerta se abrió y unas manos enguantadas lo ingresaron al vehículo.
El conductor aceleró el rodado y un denso olor a llantas quemadas
fue el único rastro que quedó del comando.
La residencia presidencial se había convertido en un verdadero infierno.
Sin duda el magnicidio provocaría un desorden constitucional
de consecuencias inimaginables.
Sin embargo a él ese hecho poco le importaba.
Sus únicas lágrimas fueron para la reina.
Al fin de cuentas ella era su madre…
Siempre me gustan tus finales, tienen un encanto arrebatador.
ResponderEliminarMuy buena la imagen que acompaña el texto
(Primer!! jajajaja Escarcha tardona!!)
muy buen texto Bee!!!!
ResponderEliminarme encantó!!!!!
YO HABIA ENTRADO TEMPRANITO MUSA,
PERO NO TUVE TIEMPO DE COMENTAR
LERU LERUUUU
jajajajajaja
SALUDOS BEE Y MUSARAÑA!!!!!
Excusas, excusas....
ResponderEliminarJAJAJJAA!!! Què lindas son! Me hacen reír con ganas! Beso, abrazo y medalla para ambas!
ResponderEliminar