Con sus 6 años a cuestas, Pierre no alcanzaba a comprender el motivo de tanta mala suerte.
Apenas un mes después de la muerte de su padre, la dueña de la casa donde vivían, lo expulsó junto con su madre por no poder pagar la renta.
La vida en la calle era muy dura. La peste azotaba la aldea con brutalidad. Hombres y mujeres huían despavoridos de las garras de la enfermedad y de la muerte.
Lo que Pierre nunca imaginó, fue que su progenitora con el afán por encontrar un poco de sosiego para tantas penurias, fuera a aceptar la propuesta del viejo tabernero del lugar.
Se casaron una mañana de invierno bajo la asombrada mirada de la vecindad. El viejo resultó ser un hombre vil y avaro, que desconfiaba de todo y de todos.
Pierre encontraba un poco de paz durante la noche.
La buhardilla se había convertido en su refugio.
Apenas había espacio para un pequeño catre que oficiaba de cama.
Casi no le costaba conciliar el sueño. El trabajo cotidiano era tan duro,
que su cuerpito rápidamente caía rendido en las manos del dios Morfeo.
El caso es que una noche del mes de abril, un ruido extraño logró
sobresaltarlo. Se incorporó en el catre e intentó enfocar su vista en
la oscuridad. Un silencio denso y profundo le calmó la repentina inquietud.
A partir de ese día, cada mañana cuando su madre lo levantaba de la cama,
encontraba que Pierre había mojado las sábanas.
Pasado el tiempo, la mujer preocupada por la situación, le comentó a
su flamante marido el problema que la acuciaba.
El viejo truhán increpó al niño de mala manera.
-Tengo miedo señor… -gimió Pierre avergonzado.
El tabernero lanzó una carcajada y con sorna le espetó:
-¿Miedo?
El niño bajó la mirada y casi en un susurró, confesó:
-Él viene por las noches y me habla en una lengua que desconozco.
Su madre asombrada, preguntó:
-¿Quién viene por las noches?
-El duende.
Aquella revelación le costó a Pierre una terrible golpiza. A pesar de
las súplicas de la madre, el padrastro no tuvo compasión y mientras
lo azotaba con el cinturón, le ordenaba:
-¡No quiero que vuelvas a mentir!
La vida de Pierre se convirtió en un verdadero infierno. Durante el día
debía soportar la ira del tabernero, pues la clientela apenas pagaba los
tragos y encima de todo, las escasas propinas comenzaron a desaparecer.
El viejo descargaba su cólera golpeando al niño con crueldad.
Su madre horrorizada, le curaba las heridas que le dejaba la correa del cinto,
con un ungüento que ella misma había elaborado.
-¡Mentiroso y ladrón! –blasfemaba el impiadoso hombre.
-¡Yo no miento señor! El duende…
No pudo culminar la frase. Una nueva andanada de maldiciones lo dejó paralizado.
Esa noche se retiró a su buhardilla sin probar bocado. El viejo no sólo lo
castigaba físicamente, sino que también le prohibía saciar cualquier necesidad básica.
Pierre entró en el cuarto y se arrojó sobre su cama. Cubrió su cabeza con la manta
e intentó someter las ansias de alimentarse. Sus tripas empezaron a crujir de hambre.
De pronto sucedió algo que no esperaba. Una pequeña mano con forma de garra,
le deslizó una hogaza de pan por debajo de la cobija. Luego le entregó un cuenco
con leche tibia y espumosa.
El niño devoró la comida como si fuera un magnífico banquete. Una risita aguda y
contagiosa lo sorprendió mientras consumía el último trozo de pan.
La puerta se abrió de par en par. El viejo parado en el umbral, acariciaba
con malicia el cinturón que se cernía alrededor de su abultada humanidad.
-¡Esta vez te pasaste de la raya! ¿Creías que no iba a descubrir que estabas
robando mi dinero?
El padrastro se arrojó sobre el catre como una fiera descontrolada.
Pierre aterrado, solo atinó a cubrirse con la raída manta.
De manera inesperada, la puerta se cerró de golpe y quedó trabada por dentro.
En medio de la oscuridad, Pierre fue testigo de una situación sorprendente.
Cada vez que el viejo recibía un golpe, un haz de luz verde iluminaba
la pequeña alcoba. Los alaridos del tabernero se confundían con los gritos
de su madre que desesperada pugnaba por entrar a la buhardilla.
El viejo escupía chorros de sangre y su cuerpo se zarandeaba de un lado
para el otro como si fuera un muñeco de trapo.
Súbitamente llegó el silencio. Pierre no pudo asegurar cuanto tiempo pasó
hasta que su madre ayudada por unos parroquianos logró derribar la puerta
del cuarto. La luz de los faroles iluminó el diminuto lugar.
Nadie esperaba encontrar semejante cuadro.
La enorme osamenta del tabernero colgaba laxa del tirante del techo.
Alguien lo había ahorcado con su propio cinto. Todos miraron a Pierre
con estupor. Sin embargo nadie se animó a acusar al pequeño. Era demencial
imaginar al niño colgando a semejante monumento de hombre.
El tabernero fue enterrado al día siguiente. La viuda y su hijo acompañaron
el ataúd hasta su última morada. No hubo flores ni llantos. Era evidente que
aquel patán no había cosechado demasiados afectos durante su codiciosa existencia.
La madre de Pierre se hizo cargo de la taberna ayudada por algunas comadres
que realmente la apreciaban.
Al llegar la noche y cuando por fin el niño pudo apoyar la cabeza sobre la almohada,
casi en un susurro dijo:
-Gracias.
-De nada. –respondió una voz gangosa.
Mientras acariciaba las monedas de oro que guardaba en su vasija,
una risa aguda y estridente resonó en la buhardilla rompiendo con su chillido
el plácido silencio de la estrellada noche.
Maravillosoooooooooooooooooo...es el final que merecía .Bee tienes mano para este tipo de relatos,me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarBesos.
Gracias Bella Morgana! Te cuento, anoche estaba escribiendo otra historia, de pronto se cruzó este geniecillo x mi cabeza y PaF! tuve que detener todo y comenzar a escribir este relato.
ResponderEliminarPlacer enorme que te haya gustado! Beso enorme!
Coincido con Morgana, nos atrapás con tus palabras. Hiciste muy bien en no dejar pasar al geniecillo.
ResponderEliminarUn abrazo
Muuuuy bueno cheee!!!
ResponderEliminarmientras lo vas leyendo una serie de sentimientos te van colmando... te juro que me palpitaba fuerte el corazón de bronca ante esa madre que no defendía con su vida a su hijo, y odio hacia ese enfermo que golpeaba a la criatura. Si hubiese podido me metía en el cuento y ayudaba al duende a destruirlo!!
MUY, PERO MUY, PERO MUY BUENO BEE!!!!!!
BESOS NIÑA
Muy bueno bee, muy original darle un aspecto bondadoso al duende, a mi siempre me han parecido seres muy malvados de los que no te puedes fiar...
ResponderEliminarEscarcha! Cada dia se nos adelantan más personas para comentar...Cachis!
Hola chicas! Què alegría recibir todos estos halagos!
ResponderEliminarPATRICIA:
Es verdad, menos mal que no dejè de prestarle atención al duende! Fue increíble. Se instaló la idea en mi cabeza y no pude dejar de escribir!
Abrazo Patricia!
ESCARCHA:
Jajaja!!! Sabès Di? Te imagino furiosa moliendo a palos al viejo patán! Y un buen zamarreo para la madre... Besos diosa!!!
MUSARAÑA:
Sabès Musa? A mí tampoco me gustan los duendes.
Creo que al principio este no tenía muy buenas intenciones... Me parece que lo conmovió el padecimiento de Pierre. Besos Brujos Reina Mus!
Qué gran relato. De verdad me transportaste a otra dimensión y recordar las leyendas que me contaban en mi infancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias x pasar Carlos! Un placer que te haya gustado el cuento! Abrazo enorme!
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