LA FLOR MáS BELLA

Fotocomposición
Vincent Van Gogh - Henri de Toulouse Lautrec

Finalmente lo había logrado.
Su imagen se reproducía en cientos de afiches en las afueras
de Paris del 1900. El público que acudía a las Aspas de Montmatre
la había consagrado.
Yvette Guilbert y La Goulue sus rivales más cercanas, comenzaban a
verse opacadas por su indudable éxito.
Cuando las luces se encendían y la música comenzaba a sonar,
su corazón se aceleraba y arremetía sobre el escenario como
una diosa voluptuosa y febril.
Una tarde de primavera mientras caminaba por las calles del barrio rojo,
sus ojos repararon en la figura desgarbada de un hombre que observaba
con fascinación uno de los carteles del cabaret.
Su boca se curvó en una sonrisa de felina satisfacción.
Sin embargo rápidamente su entusiasmo se tornó en rotunda sorpresa
Los recuerdos enterrados con denodado esfuerzo, regresaron del pasado
con una contundencia feroz.
No tuvo tiempo de reaccionar. Él ya la había visto y nada iba a poder
impedir el reencuentro. La conmoción no la dejaba respirar con facilidad.
A pesar de los años, aquel hombre conservaba la misma mirada profunda
y serena que la había consolado durante su malherida infancia.
Extendió la mano y él se la tomó con una suavidad exquisita.
Sus dedos largos y nudosos estaban percudidos por el óleo y la trementina.
-Lo conseguiste. –murmuró con una mueca que intentaba simular una sonrisa.
Se sentaron en un pequeño café y hablaron casi toda la tarde.
Ella le confió todos los obstáculos que atravesó para llegar a ser la figura
del momento y él le confesó que apenas podía sobrevivir pintando sus cuadros.
Llegaron a un acuerdo. Él iría a ver el show y aprovecharía para dibujarla.
Ella arropada por decenas de lentejuelas y plumas de múltiples colores
actuaría para él.
Durante tres noches mágicas, Fleur brilló más allá de las estrellas.
El público la aclamaba, ignorando la verdadera causa de tan fantástica
perfomance. Cada vez que sus ojos se posaban en la figura acodada en
un oscuro rincón del salón, su voz y su cuerpo tomaban una dimensión casi
mística. Cada trazo que se deslizaba sobre el papel la invitaba a desafiar
aún más su incuestionable talento.
Ella sabía que él lograba sacar lo mejor de sí.
Siempre había sido de esa manera. Así funcionaba su relación.

Le envió una tarjeta donde le avisaba que el dibujo ya estaba terminado.
Escogió la ropa con sumo cuidado. Desechó todos los vestidos que
habitualmente utilizaba para destacar su nuevo estatus de estrella y se
inclinó por una falda y una blusa que le recordaron que apenas tenía 23 años.
Con un sencillo lazo de seda azul sujetó su larga cabellera y mientras
caminaba rumbo al atelier, intentó recordar el motivo que los había distanciado.
Ambos querían escapar de la sordidez en la que vivían. Sus caminos se
separaron de manera irremediable. La desesperación por huir pudo más
que el amor que los unía.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y una congoja animal le atenazó la garganta.
La figura del lienzo la dejó demudada.
El quebranto y la amargura de aquella mujer desnuda y encorvada,
no le otorgó ninguna oportunidad.
-¿Esa soy yo? –gimió como un animal herido.
Él se acercó lentamente y con ternura le acarició la mejilla.
-Eso es lo que vi, Fleur.
Y ella supo que él tenía razón. Debajo de todo aquel torbellino de suceso
y bohemia, se escondía una existencia sumida en el hastío.
El costo se estaba tornando demasiado elevado.
Estaba tan cansada…
Apoyó la cabeza sobre su regazo y dejó que él la cobijara.
Suspiró hondo y permitió que el llanto emergiera salvaje y descontrolado.
Por la noche “La flor más bella”, debía volver a brillar sobre el escenario
del famoso Moulin Rouge.
Era conciente que en su vida aquel momento sólo era,
un breve instante de cielo.