LA VENTANA

Se afanó tanto en observar, que se golpeó la frente contra el cristal de la ventana.

Entonces comprendió que había invertido toda su vida, contemplando la de los otros.

Aquel mirador que había sido su entrañable cómplice y que la había rescatado de tantas horas de soledad, ahora le demostraba que le quedaba menos tiempo de lo que pensaba.

Desde allí vió nacer las primeras luces de los veranos y las sombras de los intensos inviernos. Presenció las escenas más románticas como también los adioses menos esperados. Se horrorizó contemplando las miserias humanas y analizó con precisión quirúrgica las posibilidades de éxito de más de una aventura amorosa. Fue una testigo privilegiada de paseos bajo el sol, de trabajadores que se levantaban al alba para ganarse el pan y de decenas de niños que se convirtieron en hombres frente a sus asombrados ojos.

Nada de ello había logrado rescatarla de su jaula de oro. La supuesta seguridad que le proporcionaba permanecer en las sombras, la mantuvo apartada de la vida.

Sin embargo y como los abruptos giros del destino, todo había cambiado en un insignificante segundo.

Después de apoltronarse en el balcón, sus ojos lo divisaron caminando por la rambla.

Era una versión distorsionada del hombre que ella recordaba. Su cabello no era tan espeso, ni su porte tan garboso. Sin embargo sus ojos brillaban como dos exquisitos diamantes.

Caminaba lento, disfrutando del atardecer mientras sujetaba por la cintura a aquella mujer desconocida. Sintió que el corazón se le encogía y que le faltaba el aire.

Nunca su mente estuvo tan lúcida. A conciencia había cambiado la oportunidad de ser la protagonista de su aventura en pos de un papel secundario que no le implicara mayores riesgos. Volteó la mirada hacia el espejo y se vio por primera vez.

Comenzó a llorar desconsolada.

Sin embargo, una ínfima luz de esperanza pugnaba por emerger de su interior.

Comprendió que a pesar del tiempo perdido, sólo de ella dependía revertir la historia.