OTRA VEZ

La letra de la canción le perforaba los tímpanos. El volumen del Ipod operaba de escudo, no sólo auditivo si no emocional. A diferencia de sus compañeros, él no utilizaba ninguna droga para estimularse. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, prefería mantener la noción del tiempo y del espacio.

Descargó el golpe con precisión. La ventanilla del auto se hizo añicos en menos de un abrir y cerrar de ojos. Un bolso, un celular y un abrigo de cuero.

Ese fue el botín de aquella noche.

Corrió hasta que las piernas se le acalambraron. Aún en la distancia, pudo escuchar el ulular de la alarma del auto.

Apoyado contra la cortina metálica de un viejo estacionamiento, intentó recuperar el ritmo cardíaco. Se fue deslizando hacia el piso hasta quedar sentado como un muñeco roto y cansado. Por falso orgullo o por desidia, no se consideraba una víctima. Él sabía muy bien lo que hacía. Su padre y sus hermanos habían hecho lo mismo.

Una vez, alguien que prefiere olvidar, le ofreció una oportunidad. Se niega a reconocer que dejó pasar la única chance que quizás tuvo en la vida.

Mientras hurgaba en el bolso, encontró un atado de cigarrillos. Revisó los documentos.

Pertenecían a una mujer. Mañana los dejaría por ahí.

Encendió un cigarro y le dio una buena pitada. La canción volvió a calar en sus oídos.

“Si todo me sale bien, lo haré de nuevo otra vez”

Un sabor amargo como la hiel le desgarró la garganta.

Otra vez, hasta que no haya otra.

Hasta que no haya nada.